miércoles, noviembre 11, 2009

Soy pequeña, fea y delgada. Vivo en las calles y duermo en las alcantarillas. Por las noches, en las cloacas, las sombras que me rodean se transforman en monstruos salvajes, casi como dragones, que rodeándome por todas partes quieren empujarme a las aguas sucias de las alcantarillas para hundirme y ahogarme en ellas.

Otras veces sé que las sombras se enfadan conmigo y me envían unas ratas grandes y negras para que me vaya.

Muchos niños de las calles nos refugiamos en los corredores de las cloacas, entre desperdicios, excrementos y alimañas. Pero eso no es lo más duro.

Cuando el dolor es más profundo, cuando más vacío y tristeza sentimos, es al ver a otros niños que tienen un hogar, juegan con sus juguetes, duermen en sus camas y tienen papás.

Yo no tendré casa, ni juguetes, ni cama, ni papás que me quieran.

Porque mi hogar es el asfalto; mi cama, la acera de la cloaca; mi juguete, la soledad y mis padres la indiferencia y el desprecio.

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