miércoles, enero 31, 2007

miércoles, enero 24, 2007

Traducidos de The Most Popular Myths in Science por Maikelnai y publicados en Los 20 mitos más populares de la ciencia (parte I) y Los 20 mitos más populares de la ciencia (parte II), una lista elaborada a partir de las votaciones de los lectores de LiveScience, mínimamente remasterizada para incluir algunos enlaces a anotaciones pertinentes que hemos publicado:

  1. Los pollos pueden vivir sin cabeza: Sí, o al menos sin buena parte de esta, como el famoso pollo Mike del que también se habla en el libro The World’s Worst.
  2. El agua gira en dirección contraria en los desagües del hemisferio sur a causa de la rotación terrestre: No, en realidad hay fuerzas mucho más poderosas en juego.
  3. En el espacio no hay gravedad: No, en todas partes hay gravedad; otra cosa es que estés en caída libre.
  4. Los humanos solo emplean el 10% de sus cerebros: Casi con toda certeza usamos más de un 10% del cerebro y esta afirmación probablemente tenga su origen en una mala cita o en una mala interpretación de ciertos trabajos científicos.
  5. Comerse un panecillo con semillas de amapola actúa como un opiáceo: No, pero sí es cierto que puedes dar positivo en un control de drogas.
  6. Un penique arrojado desde lo alto de un rascacielos puede matar a un peatón: No, la resistencia del aire le impide alcanzar una velocidad suficiente para eso.
  7. Los adultos no desarrollan nuevas neuronas: No es cierto, aunque hasta hace no mucho se creía que sí lo era.
  8. La sopa de pollo puede curar el resfriado común: No tanto como curar, pero ayuda. ¡Cuánto saben las madres!
  9. El bostezo es «contagioso»: No se sabe si hay algo fisiológico que haga que lo sea, aunque empíricamente parece que sí lo es.
  10. Los rayos nunca golpean dos veces en el mismo sitio: No sólo no es cierto, sino que los rayos tienen querencia por ciertos objetos como el Empire State. Tampoco es cierto que las ruedas del coche sirvan de aislante si un rayo cae en uno.
  11. La boca de un perro está más limpia que la de un humano: En realidad es difícil de comparar por lo específicas que son las bacterias de cada especie, así que probablemente no sea correcto decir esto.
  12. El pelo y las uñas continúan creciendo después de muerto: No, en realidad la piel se deshidrata levemente al morir, con lo que se contrae y es entonces cuando parece que crecen pelos y uñas. El libro Stiff: The Curious Lives of Human Cadavers cuenta otras muchas cosas de lo que nos sucede cuando morimos.
  13. Los gatos siempre caen de pie: Sí, si caen desde la altura suficiente.
  14. Los hombres piensan en el sexo cada siete segundos: No hay forma de comprobarlo, pero en cualquier caso parece un poco exagerado.
  15. Cuando corres bajo la lluvia te mojas menos: Los científicos dicen que sí es cierto, pero sin embargo nuestros admirados Cazadores de Mitos también lo han investigado [YouTube, 9 min 54 seg]… y en cambio dicen que es mejor andar que correr.
  16. La regla de los cinco segundos, que dice que cuando un alimento cae al suelo tarda cinco segundos en contaminarse… pues va a ser que no, que se contamina al momento.
  17. Los animales pueden predecir los desastres naturales: No, como mucho pueden sentirlos venir antes gracias a sus sentidos normalmente más agudos que los nuestros, pero aún así muchos mueren como el que más en estos desastres, con lo que parecen ser tan buenos en esto de las predicciones como Rappel.
  18. Las estaciones son causadas por la proximidad de la Tierra al sol: No, en realidad tienen que ver con la inclinación del eje de rotación de la Tierra.
  19. La Gran Muralla china es la única construcción humana visible desde el espacio: No, en realidad no se ve, y de lo contrario también tendrían que verse muchas carreteras y autopistas que son más anchas.
  20. Se tardan 7 años en digerir un chicle: No. Puede que tus jugos gástricos no lo digieran, pero en poco más de 24 horas habrá abandonado tu cuerpo, habitualmente por un orificio distinto al por el que entró.

Actualización: Respecto a lo de correr o no bajo la lluvia (punto 15 de la lista) Simón nos cuenta que uno de sus profesores del Departamento de Física Aplicada les vino a decir que en el MundoReal™ hay demasiadas variables como para hacer una predicción general válida, y por su parte BL nos cuenta que los Cazadores de Mitos revisaron su análisis al respecto al descubrir que su sistema de producción de «lluvia artificial» tenía un fallo que falseaba los resultados y que en la nueva prueba se confirmó que al parecer es mejor correr.

jueves, enero 18, 2007




La muerte del juez
Lucía Scosceria

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-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

-Perdóneme, padre, porque he pecado. Este es mi pecado:

Maté a un hombre.


Alguien rezó el rosario con voz monótona. Fue cortado por breves instantes por el llanto de María, a quien manos piadosas la tomaron de los hombros y la llevaron con delicadeza fuera de la sala. Sus desgarradores sollozos arrancaron las frases clásicas que las beatas, infaltables en los velorios, suelen pronunciar.

Pobre, María. Sin mamá y ahora sin papá.

Pobre, don Ramón. Tan bueno que era. Tan justo y cabal.

La muerte lo sorprendió una mañana en el despacho de su casa, mientas el sol de enero cocinaba las plantas del jardín y convertía en polvo rojo la tierra de las calles.

Nadie vio nada. Sólo se oyó un disparo. Cuando lo llamaron, el silencio fue la respuesta.

Rompieron la puerta para entrar. Y ahí, con la cabeza reventada, sobre el escritorio lleno de libros y actas de nacimiento, se desangraba don Ramón. A su lado, un revólver, que después los hijos reconocieron como suyo.

Parecía un suicidio.

Claro que era imposible.

¿Don Ramón quitarse la vida? Jamás. Era un hombre tranquilo, bondadoso, solícito, buen padre y buen vecino. Además, un mes más y se casaría con la maestra más bonita del pueblo, la más codiciada por todos los solteros de la región. La señorita Rocío.

¿Quién haría algo así a las nueve de la mañana? Nadie. Después de un buen desayuno, como tomó él. No.

Todos repetían lo mismo. Alguien lo asesinó. Pero...¿Quién?

¿Un político opositor? Tal vez. Los ánimos habían quedado algo caldeados después de las elecciones, así que esta era una buena teoría.

¿Algún enemigo? Los perdedores de pleitos nunca aceptaban un fallo adverso.

Y sí, en un puesto así, se tienen enemigos.

¿Y los Gómez? Juraban que los había arruinado en no sé qué juicio por dinero.

Otro recordó a los Benítez, que perdieron muchos animales por su culpa.

¿Y el odio que sentían por él los Montero? Decían que don Ramón era un ladrón con patente y que les había robado limpiamente diez hectáreas de tierra, las que están cerca del arroyito, las más lindas, para más.

¿Y Saturnino? Estuvo muy enamorado de la maestra. Pero ella eligió al juez.

Y la lista continuaba, de boca en boca, de tereré en tereré bajo la fresca y tupida sombra de los paraísos y obeñas que salpicaban el patio de la casa del señor juez.


Dios no recibe en su seno a los que se quitan la vida, la iglesia no puede darle cristiana sepultura-la voz del padre Venancio sonó segura en la sala caliente de la parroquia. Y todos dijeron que sí, que era cierto, pero no era menos cierto que don Ramón no se quitó la vida y que eso sólo lo decían las malas lenguas y hacía mucho calor y lo tenían que velar y enterrar. Tal vez hubo otras razones que alegaron los parientes. Fueron convincentes, porque se consiguió el permiso para darle "cristiana sepultura"

Al rato ya estaba el finado en lo que sería su "lecho eterno", un cajón lustrado con asas doradas en la sala de su casa. Recién pintada, con piso de cerámica brillante y otros arreglos que se hicieron para celebrar la boda en febrero. Ahora no habría casamiento. Sólo funeral.

La gente iba y venía. El calor era húmedo y pegajoso. Todos mostraban rastros de sudor en las ropas de algodón. Las sillas en el patio estaban siempre ocupadas por algún vecino, familiar o amigo del difunto.

Ya no había un lugar vacío en ninguna parte de la casa. Los chismes volaban como palomas en los tejados.

¿Qué no son esos los hermanos Benítez? Sí, esos que bajaron del caballo. Y dan los pésames a María y a su hermano.

¿Vieron que hablaron de balde? Si lo hubieran matado no hubiesen venido.

¿Y quién es la gorda que grita? ¿Es María Elena, la hermana del juez? Sí. Ella es.¿Y quién es la Juana, a quién acusa de asesina ? ¿Qué no sabes? La mujer del juez, hace tiempo, desde que enviudó. ¿La que tiene un hijo de seis años? Ese mismo, no reconocido, pero hijo suyo.

Miren, miren. Ahí está la maestra con Sor Teresa.

¡Qué linda es Rocío! ¡Y qué cutis blanco y qué hermosos ojos!

Huellas de llanto en las mejillas. Llora frente al que debía ser pero no fue.


En una tregua de las conversaciones, se oyeron los Dios te salve....

Que se vaya esta mujer, asesina, caradura, sinverguenza, grita María Elena arrojándose sobre Juana

Déjenme, que yo haré justicia..Lo mataste porque nunca se casó contigo.

No sea así señora, ella tiene derecho a estar aquí.

¿Por qué me acusas a mí? ¿Por qué no a Eulalia, que siempre lo odió porque no volvió jamás con ella? ¿O Blanca, que tuvo un hijo suyo y él jamás lo reconoció? A mí siempre me quiso, nunca me abandonó.


Alguien pidió más respeto y por un instante todos guardaron silencio.

Como si hubieran obedecido una orden, todas las miradas se posaron en Rocío. Seguida de Sor Teresa, se dirigió hacia la puerta con un resto de su dignidad perdida después de todo lo que se enteró.

¿Quién era el hombre con quién iba a casarse? ¿El que decía amarla sólo a ella? ¿El que le cantaba canciones de amor y la había conquistado con su sencillez y ojos sinceros? ¿El que le escribía cartas cómplices y la hacía sentir feliz? ¿El viudo solitario que al fin había encontrado el amor? Qué no tenía compromisos con nadie. No, este hombre de quien todos hablaban no era Ramón, su Ramón, el que ella conoció, el que amaba a su familia, ayudaba a los demás y censuraba los vicios y la corrupción. No podía tener otras mujeres, otros hijos, otros compromisos mientras la enamoraba.

Unas horas en su velorio le hicieron conocer más sobre él que en un año de relaciones.

¡Qué risa! ¿Qué no es que cuando morimos todos somos buenos? El dicho se había vuelto al revés. Su cuerpo estaba aún caliente en el cajón y lo tachaban de corrupto, mal padre, mujeriego, ladrón y ¡horror! hasta se insinuaba que había asesinado a su mujer.

¿Era Ramón el hombre que estaba en el féretro? Para ella se convirtió en un desconocido.


Al día siguiente el sol pintó el horizonte de naranja furioso, anunciando otra jornada salvajemente calurosa. El viento norte sopló con fuerza alterando todos los ánimos.

La comitiva llegó al cementerio con el ataúd sostenido por amigos y parientes.

El sonido de la tierra sobre el cajón volvió lúgubre el llanto de las mujeres en la mañana estival.

Una lluvia inesperada mojó a los presentes que se mantuvieron impávidos hasta que desapareció el féretro bajo tierra.

Los comentarios sobre la misteriosa muerte de Don Ramón no amenguaron, al contrario, recrudecieron después de la novena. Los hijos del finado pidieron una investigación. Querían saber el nombre del asesino. Exigían justicia. Y acudieron al comisario del pueblo.

Ocupaba el cargo desde las últimas elecciones, unos tres años atrás.

Su obesidad lo había convertido en un hombre afable y tranquilo. Solucionaba los problemas que se presentaban eligiendo el camino más sencillo. Su lema era "no complicarse la vida" porque esta era complicada de por sí. Preocupado por su futuro, decidió estudiar en la ciudad vecina la carrera de Derecho. No le importaban las canas que peinaba, porque decía que nunca era tarde para el estudio. Después de tres años cursaba el segundo curso en horas de la noche.

Así que esclarecer la muerte del juez fue un terrible problema. . Porque eso significaba trabajo. Y él era alérgico a una sobredosis, y ya la estaba teniendo.

Para él, la cosa era suicidio cantado. Todos decían que no, que no podía suicidarse en vísperas de su casamiento.

¿Cómo que no podía suicidarse? Nadie sabía qué pasaba por la cabeza de un viudo con más de cincuenta años. Tal vez tenía una enfermedad terminal y no quería amargar a sus parientes con eso. O no podía olvidar a la finada. O tal vez fuese verdad lo que veloces lenguas repitieron cuando ella murió. Que la mató porque no la soportaba más. Y los remordimientos dormidos, despertaron. Vaya uno a saber.

Además, en el lugar de los hechos, comprobó que la puerta del despacho estaba cerrada con llave. Por dentro. Él la cerró para llevar a cabo su propósito. Y el revólver, era suyo.

Claro que la ventana abierta podía ser una salida para el asesino, si fue asesinado.

Y no podía negar que mucha gente se alegró con su muerte. Muchos tenían motivos para matarlo. Si los exámenes no estuvieran tan cerca... Maldijo por lo bajo. Si lo mataron, ¿por qué no lo hicieron en otra fecha? Si se quitó la vida, porqué no esperó el otoño? Comenzó la investigación.


Los hermanos Benítez acudieron a la comisaría con cara de pocos amigos. Dijeron que estaban en el monte esa mañana a las nueve. Marcaron algunas reses. Qué quién podría corroborar la historia? Cayetano, el capataz. Y Kaí, el mitái que cebaba tereré.

Pero el capataz no sabía si eran las nueve o las nueve y media. Kaí tenía siete años y no recordaba ni el día lunes. Sí, marcaron animales, pero no estaban seguros de la hora.

Encerró el apellido con un círculo rojo y maldijo soezmente. No podía eliminarlos de la lista de sospechosos.

Los Gómez.

¿Nosotros? No tenemos nada que ver con la muerte del juez. Si llega a saber quién lo hizo, nos avisa, eh? le vamos a regalar el mejor caballo de la estancia. ¿Cómo que por qué?

Por limpiar de carroña el pueblo.

¿Qué dónde estaban a las nueve de la mañana ese día lunes? Pues dónde iba a ser. En el campo, arando la tierra, aprovechando que la lluvia del sábado la había dejado justa para labrar.¿ Quién podía dar fe de eso? Después de las explicaciones de lo que significaba" dar fe" respondieron: sólo los cuervos que sobrevolaban el lugar porque había muerto un carpincho y los restos....interrumpidos por la autoridad, agregaron que siempre iban solos a la chacra. Nadie podía decir que estaban ahí, pero aclararon, tampoco nadie podía decir que estaban en lo de don Ramón,¿Cómo que por qué? Porque estaban en la chacra.


Un nuevo círculo rojo sobre el nombre de los hermanos le dejó con malhumor.


Días después interrogó a Saturnino.

A esa hora estaba en el almacén que atendía con su hermana.. ¿Por qué habría de odiar al juez? En todo caso debería odiarla a ella, que lo había rechazado.

Le pareció lógica la respuesta. El problema fue que nadie estuvo en el almacén a esa hora, nadie lo vio. O sí. Sor Teresa pasó por la vereda, iba hacia la iglesia, pero no estaba seguro que lo viera. Sólo su hermana podía atestiguar. Pero ¿era su hermana, no?


¿Quién entiende a las mujeres? Saturnino era un joven bien parecido, alto, fuerte, cuyos bíceps potentes escapaban debajo de las mangas de su camisa, mientras que el finado era bastante mayor, obeso y muy lejos de ser apuesto.

Ambos tenían la misma posición económica, así que no tenía nada que ver el dinero con la elección.

¿Qué conquistó a la maestra? Algo habrá tenido el juez para despreciar a Saturnino por él.


Los Montero parecían nerviosos. Dijeron alegrarse por la muerte del viejo. Que seguro estaría en el infierno pagando por todas sus tropelías. Con gusto lo hubieran matado. Pero no lo hicieron. Y si hay justicia, esas tierras que les pertenecieron desde la llegada de los españoles, esas, que están cerca del arroyito, volverían a ser de la familia. ¿A las nueve? Estaban todos en el campo. Pregunte a todo el personal, claro.

Al fin eliminó un nombre de su frondosa lista.


Juana contó llorando cómo amaba al juez. Él no quiso casarse por los hijos, pero se entendían así. Cuidaba bien de ella y de su pequeño. Y si tenía otras no le importaba, ¿para qué preocuparse si le respondía siempre?.

Se estremeció su busto impresionante al compás de los sollozos. ¿Matarlo por qué iba a casarse? No. Lo prefería casado con otra que muerto. Sin él no podría vivir. Y él había prometido asistirla. Siempre cumplió con sus promesas. ¿A las nueve? En la cocina. Preparando la comida. No. Nadie la vio. No, no tenía empleada. Era de poco salir.

Un nuevo círculo rojo alrededor de su nombre indicaba que no tenía coartada. Pero tuvo la corazonada que ella era inocente.

Eulalia era algo mayor.¿Por qué la molestaban? Hacía años que no hablaba con el juez, seis, para ser exactos, uno después de enviudar.¿Por qué habría de matarlo? Lo suyo era historia antigua. ¿A las nueve? En la misa. Claro. Ella no faltaba ni un día de la semana. ¿Quiénes la vieron? Todos los feligreses. Y el padre Venancio, por supuesto.

Con satisfacción tachó otro nombre de la larga lista.


Blanca. Fue una burla ponerle ese nombre. Negra como el demonio. Mulata de piel lustrosa. Hijo negro como noche sin luna. Tal vez por eso Don Ramón no le dio su apellido. Mi negrito es hijo del finado. Claro, él no lo creyó. Y que se pudra en el infierno por lo injusto que fue con nosotros.

¿Qué por qué lloro? De rabia, nomás. Pero no lo maté. Y eso que lo merecía.

Sus pechos inmensos se agitaban como botes en aguas tormentosas cuando gesticulaba.

Juro que quise matarlo, muchas veces. Pero no lo hice.

¿A las nueve? En casa de los Sarquis, todos los días, de lunes a lunes. Hago los trabajos de la casa. Hace años.

Y borró su nombre de la lista.


Llamó a Rocío y le preguntó dónde estaba a las 9 de la mañana ese funesto lunes. Fue al convento para buscar a Sor Teresa, su confidente.


Sor Teresa dijo que no vio a Saturnino en el almacén, porque no se fijó, cuando pasó para ir a la Iglesia. No sabía la hora. Pero a eso de las nueve estaba en su despacho, ordenando los documentos que debía entregar a un superior.

La señorita Rocío había venido a verla. Cerca de las nueve, tal vez nueve y media. No lo recordaba con exactitud.


El arma se había enviado a la capital para buscar huellas. Pero había vuelto con un informe que decía que las únicas que se encontraban eran las del juez.



Los días pasaban y no sabía cómo había muerto el juez. Ya ni estaba seguro de su teoría del suicidio.

El azar acudió en su ayuda.

Lorenzo, un vago borracho, como todos los que hay en cada pueblo, murió de un infarto en su celda. Lo habían encerrado días atrás, por causar alboroto en el pueblo.

No tenía parientes ni amigos, así que tendrían que pagar el cajón con contribuciones de la municipalidad y la iglesia.

La coincidencia del día lunes le dio la idea al comisario. Dos muertes en un mes. Las dos un día lunes. Recordó que el finado había amenazado de muerte al juez cuando lo envió a la cárcel, meses atrás, por robo.

Diría que había encontrado al asesino. Lorenzo. Que había confesado antes de morir. Así, si fue suicidio, nadie lo sabría, se salvaría la honra de la familia. Y si alguien lo asesinó, pues que lo pagase con remordimientos o en el infierno, y no él, con tanto trabajo y los exámenes encima.

Contento con la idea, la puso en práctica.


La noticia corrió como el viento.

¿Vieron que no era cierto lo del suicidio? Mediante la inteligencia del comisario se supo la verdad.

Los Gómez no dieron el mejor caballo de la estancia al comisario. Ellos aclararon que se lo iban a dar al asesino como premio. Y que en el infierno, donde seguro estaba ahora, no le serviría.

Pero le regalaron uno por la "excelente labor" desplegada.

Pusieron a Lorenzo en un cajón sin lustrar. Le quedaba chico, pero le doblaron los pies y cupo perfectamente.

Nadie lo veló. Sólo dos conscriptos, que evitaban mirarlo porque tenían miedo de los difuntos.


-Sigue-dijo el padre Venancio.

-No pensaba matarlo. Sólo quería asustarlo.

Mientras iba hacia su casa, crecía en mí la idea que él merecía morir.

No podía desenmascararlo, porque al hacerlo, caería primero yo.

Quise recordar algo bueno de lo que fue. No me quedó nada. Nunca dijo palabras cariñosas. Sí, la ternura de algunos recuerdos, como cuando me acariciaba los cabellos o besaba mis mejillas cuando el llanto me ganaba.

Él me negó todo sobre su casamiento. Yo quería hablar. Dijo que era imposible, que podían vernos y que eso era muy peligroso .Que me fuera. Ya.

Sus ojos pequeños, formaban una línea recta bajo sus párpados hinchados. Sus finos labios temblaron de cólera cuando dije que no me iría, que primero debía oírme. Comprendí que nunca me amó. Siempre mintió.

Me echó. Dijo que no volviera hasta que me llamase.

No. No habría más llamadas. No habría más mentiras. No habría más besos. No habría más nada. .Y disparé

-¿Cómo lo hiciste?.

-Cerré con llave la puerta, borré mis huellas del arma con un pañuelo , la puse en su mano por breves instantes y después la dejé a un lado.. Huí por la ventana.

Mi corazón bailaba en mi garganta. Mis pies volaban por el patio trasero de la casa, la calle giraba bajo mi sombra, yo reprimía los deseos de vomitar. Nadie me vio en la calle solitaria.

Apenas llegué a tiempo al convento por la huerta..Unos minutos más y Rocío no me hubiera encontrado..

Me hundí en la oración Busqué fuerzas para salir de esto, que creí era seguir viviendo, ahora sé que no lo es.

Ya no quiero vivir, padre.

Cuestión de lógica
Àlex Soler Jover

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El doctor Bruce Svenson se dirigía a lo que se podría haber considerado una entrevista rutinaria con un paciente de Psiquiatría, de no ser porque el hacer entrevistas de ese tipo no entraba en ninguna de sus funciones como Director Adjunto de Psiquiatría del Hospital General de Boston. Lo cierto era que el caso le había llamado la atención al consultar la ficha en su despacho, y por ello decidió hacerse cargo de él personalmente. Se trataba de John Marcus, un hombre blanco, de 48 años, doctor en Físicas por la Universidad de Berkeley, donde había estado dando clases hasta hacía cosa de seis meses, cuando fue expulsado después de un periodo de faltas continuadas de asistencia y desatención para con los alumnos. Lo realmente interesante del Dr. Marcus era que afirmaba haber visto extraterrestres. “Pobre hombre”, pensó mientras abría la puerta de la habitación 357, que en realidad era un pequeño despacho adecuado para aquel tipo de entrevistas.
- Buenos días, doctor Marcus - dijo mientras tomaba asiento al otro lado de la pequeña mesa sobre la que reposaban las manos de Marcus-. Soy el doctor Svenson.
La imagen que daba el paciente no era la que Bruce se esperaba. En lugar de un hombre desaliñado y paranoico que no dejaba de moverse y mirar por encima del hombro esperando ver un alienígena que lo observaba, se encontró con un hombre distinguido y que irradiaba seguridad en sí mismo. La misma impresión le dio el sonido de su voz:
- Buenos días, doctor.
Tras una pequeña pausa para darse respetuosamente la mano, Bruce comenzó la entrevista.
- Bien, doctor, aquí veo que fue usted detenido por la policía cuando presa del pánico intentó estrangular al sargento McElroy en plena comisaría. Dígame, ¿es eso cierto?
- Sí, lo es - su voz seguía siendo tranquila y segura.
- ¿Le gustaría explicármelo?
- Verá, doctor - comenzó a decir John Marcus, después de lanzar un suspiro de resignación, como si fuera la enésima vez que lo narrara, que de hecho lo era -. Yo entré en la comisaría para denunciar la existencia de extraterrestres, cuando me di cuenta de que el sargento que me atendía era uno de ellos, pero... ¿qué le parece si empiezo por el principio?.
- Como usted quiera, tenemos tiempo.
- Muy bien - dijo Marcus, y tras hacer una pausa para tomar aire inició su relato -. Todo comenzó en mis clases de Astronomía. Yo solía bromear con mis alumnos sobre la posibilidad de que los aliens, como suelo llamarlos, estuvieran entre nosotros y no lo supiéramos. Como es lógico, por los pasillos de la facultad me cruzo a menudo con mis pupilos, y yo solía preguntarles “Buenos días, Smith” o “Buenas tardes, Johnson; ¿no será usted un alien, no?”; y ellos me contestaban “No, señor”. Y eso era todo. Eso era todo hasta un día, en que me encontré a solas en un ascensor con Albin Simphony, uno de mis estudiantes de quinto curso.
- Y usted le hizo la pregunta, ¿no es así? - interrumpió Bruce.
- Por supuesto. Le dije “Buenos días, Albin. ¿No será usted un alien, no?” y él me contestó “No, señor Marcus”. Pero estábamos en un ascensor y el pobre no podía escapar de mí, así que decidí continuar la broma, y le dije “¿No me estará engañando?”. Y entonces fue cuando me miró fijamente y dijo “Sería imposible distinguir al loco del alienígena”.
- No lo entiendo
- Ni yo tampoco lo entendí en ese momento, pero cuando estaba a punto de preguntarle qué diablos quería decir, las puertas del ascensor se abrieron e Albin se fue rápidamente.
- ¿Y más tarde lo comprendió? - preguntó Bruce realmente intrigado.
- Sí, doctor, al cabo de unas semanas lo vi claro. Albin Simphony es un extraterrestre.
- ¿Le importaría explicármelo?
El rostro de Marcus se ensombreció por un momento.
- Dígame, doctor Svenson, ¿es usted un alien?
- No, no lo soy - rió Bruce.
- ¿No me estará engañando, no?
- Por supuesto que no.
- Ya, pero ¿cómo puedo estar seguro de ello?
- ¿Es que tengo pinta de extraterrestre? - dijo Bruce con una carcajada.
- Si tuviera pinta de extraterrestre - dijo Marcus permitiéndose una leve sonrisa - la pregunta sería innecesaria, ¿no cree?
- Sí, claro. Lo que usted quiere decir es que esos alienígenas tienen aspecto humano, ¿no es eso?
- Sí.
- Pues bien, doctor Marcus, si me lo permite le voy a demostrar que eso es científicamente imposible. Sé que es usted físico, pero supongo que está al corriente de las leyes de la evolución.
- Así es.
- ¿Y realmente cree que dos especies pueden tener una convergencia evolutiva total, estando nada más y nada menos que en planetas diferentes?
- Evidentemente no es posible, pero yo no he afirmado lo contrario. Simplemente he dicho que se presentan ante nosotros con nuestra misma apariencia.
- Ya entiendo. Lo que hacen es disfrazarse de hombres, ¿no? - dijo Bruce con sorna.
- Sí, eso es exactamente lo que hacen.
- Y supongo que me va a explicar usted cómo lo hacen.
- Bien, se me ocurren varias posibilidades. ¿Qué le parece si se las presento una a una y usted intenta rebatírmelas desde su perspectiva de... - las manos de Marcus acompañaron las últimas palabras dibujando dos comillas en el aire – “no creyente”?
- Me parece bien.
De hecho a Bruce le encantaba la idea. Siempre le habían gustado las discusiones inteligentes sobre cualquier tema. Le gustaba analizar el objeto de disputa punto por punto y demostrarle a su contrincante que su postura era errónea desde la base, para acabar la discusión con una sola frase que no dejara lugar a dudas sobre quién tenía razón. Y aún le gustaba más en esta ocasión, pues el rival era a todas luces una persona inteligente (y por tanto la discusión también lo sería) que defendía una cosa tan absurda como la existencia de estudiantes y policías que no eran otra cosa que seres procedentes de lejanas galaxias. Sí, aquella iba a ser una gran discusión.
- De acuerdo, pues ahí va la primera. ¡Ah, perdón! - rectificó Marcus -. En primer lugar me gustaría que me aceptara una premisa.
- ¿Cuál es? - preguntó Bruce.
- La llegada de los aliens a la Tierra. Digamos que hay muchas formas en que esto pudo ocurrir sin que el hombre se diese cuenta, ya sea porque llegaron mucho antes de que los radares y los satélites fueran inventados o porque conocieran la manera de burlarlos.
- De acuerdo, doctor Marcus, le acepto que ya están en el planeta. Demuéstreme que se pueden disfrazar de hombre.
- Primera posibilidad: su aspecto es totalmente diferente al nuestro pero han creado copias humanas. Por tanto, lo que vemos no son sino verdaderos hombres controlados por los extraterrestres.
- ¿Copias humanas? ¿Cómo las han hecho?
- A partir de un modelo humano, evidentemente. A partir de una simple muestra de DNA podrían...
- ¡Oh, vamos! Usted ha visto muchas películas de Spielberg. Es imposible reproducir un ser vivo a partir de su DNA.
- Es imposible de momento, doctor. Pero, ¿no cree usted que en el futuro será posible?
- En un futuro muy muy lejano - empezó a decir Bruce acompañando la voz con movimientos hacia adelante y hacia atrás del brazo y de la mano - quizá sea posible, pero de momento no.
- ¿Y si los aliens nos llevan millones de años de ventaja? - el rostro de Marcus reflejaba una pequeña sonrisa de triunfo -. ¿No cree que en ese caso sería posible que hubieran alcanzado esa tecnología?
- Bien, en mi opinión eso es mucho suponer - dijo Bruce, vacilante.
- Pero no está seguro, ¿eh? - dijo Marcus, burlón -. ¿Qué le parece si le doy una alternativa más creíble?
- Usted dirá.
- Suponga que los aliens toman un óvulo humano y lo fecundan in vitro con esperma también humano, ¿qué opinaría?
- Evidentemente eso sí es más creíble, pero ¿dónde los consiguen? Y no me diga que se los roban a seres humanos, porque ello supondría que deberían dejarse ver.
- ¿Ha oído hablar de las abducciones?
- Sí - dijo Bruce -. Gente que dice haber sido secuestrada por seres de otros mundos, los cuáles les han hecho todo tipo de pruebas médicas, para después devolverlos intactos a sus hogares. ¡No me diga que se lo cree!
- Simplemente le expongo una teoría que explicaría lo de los óvulos. ¿No lo cree así?
- Bien, sí, supongo que sería una posibilidad remota, pero factible.
La mente de Bruce estaba trabajando al 200% para salir de la encerrona en que él mismo se había metido. No podía permitir que el doctor Marcus le ganara ni una pequeña batalla intelectual, aunque estuviera seguro de que al final sería él quién ganara la guerra. Pero cuando ya estaba a punto de claudicar se le ocurrió la solución. Los músculos de su cara se relajaron instantáneamente para volverse a contraer y producir una sonrisa de satisfacción, a la vez que abría la boca para comenzar el ataque definitivo:
- Muy bien, doctor Marcus. Le voy a aceptar que los extraterrestres podrían crear copias humanas perfectas. Pero hay una cosa en la que no ha caído usted.
- Me gustaría mucho que me abriera los ojos, doctor.
Marcus parecía cada vez más divertido.
- Albin Simphony. Ese es el nombre del estudiante alienígena, ¿no?
- Sí. ¿Qué pasa con él?
- Pues que estoy seguro de que si investigamos en su vida descubriremos que tiene una madre y un padre, lo que le excluye de ser un producto de laboratorio alienígena. Y no me diga que su padre y su madre lo son también porque le demostraré que tiene abuelos, bisabuelos, y soy capaz de remontarme hasta Adán y Eva, si es necesario.
- ¿Y qué? Como le he comentado al principio, puede que haga mucho tiempo que estén de visita en nuestro planeta. Así, podrían haber creado familias humanas hace cientos de años. Estas familias vivirían entre nosotros, pero seguirían las instrucciones que les hubieran dado los aliens.
Bruce ya se esperaba que Marcus le llevara por ese sendero, y se lanzó a rematar la jugada.
- Sí, pero eso nos conduce de nuevo a Simphony. Tal vez su origen ancestral sea el que usted dice, pero él nació y se crió como cualquiera de nosotros. Su entorno era humano. Lo más probable es que su familia ni siquiera supiera la verdad, o como mucho que lo atribuyera a una antigua superstición familiar. Por lo tanto, dejaría automáticamente de estar controlado por los aliens, y se podría considerar humano, con lo que sería imposible que usted le hubiera descubierto.
Ahí estaba. Acababa de ganar la batalla y se dedicó a contemplar el rostro de Marcus para ver cómo se borraba su risa burlona. Pero no fue eso lo que sucedió, sino que la sonrisa se acentuó aún más, y dijo:
- Muy bien, doctor Svenson. Un argumento algo tosco pero bastante concluyente. Si quiere que le diga la verdad hace tiempo que llegué a él. Lo cierto es que Albin Simphony tiene unos padres encantadores. Los conocí hace algún tiempo, pero eso no viene al caso.
- ¿Quiere decir que está de acuerdo conmigo? - preguntó Bruce, confundido.
- Por supuesto. Si recuerda, estaba usted rebatiéndome la primera forma que tendrían los aliens de, como usted lo ha llamado bastante gráficamente, disfrazarse de hombres. ¿Le parece que vayamos con la segunda?
Bruce estaba realmente aturdido por la forma en que Marcus le había arrebatado su brillante victoria, pero eso le envalentonó a continuar la discusión haciendo trabajar al máximo a todos sus sentidos.
- Adelante - dijo enérgicamente.
- Imagínese que los aliens tuvieran la capacidad de modificar su aspecto a voluntad. Que pudieran adoptar la forma que quisieran.
- ¡Eso es aún más fantástico que lo anterior! No puede intentar convencerme de ello, doctor - se mofó Bruce.
- Yo creo que sí. Dígame, ¿no es cierto que el cuerpo humano se desarrolla a partir de una única célula inicial, el cigoto?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que ese proceso se realiza mediante múltiples divisiones de ese cigoto, originando las células que posteriormente se dividirán para dar lugar a los diferentes órganos y tejidos, en el proceso que se llama diferenciación celular?
- Bien, muy a grandes rasgos, sí, es correcto.
- O sea, que de una única célula provienen células tan diferentes como las del hígado y las neuronas del cerebro, ¿no?
- Así es - dijo Bruce.
- ¿Y no es verdad que todas las células del cuerpo tienen la misma información genética, es decir, el DNA de todas ellas es idéntico?
- Sí. Pero no veo a dónde quiere usted llegar.
- Lo que quiero decir es que una neurona y una célula hepática contienen la misma información genética pero tienen una estructura externa totalmente diferente. Esto es debido a que una célula tiene la capacidad de adoptar muchas formas diferentes. ¿Es así?
- Sí, así es. Pero una vez una célula adopta una determinada forma, como por ejemplo la neurona, ya no puede cambiar, y será neurona hasta que muera.
- ¿No puede, o no sabemos cómo hacerlo? Tal vez una especie diferente haya evolucionado hacia esta plasticidad morfológica.
- Me cuesta creerlo.
- No pretendo que se lo crea, sólo que acepte que es posible.
- De acuerdo, es posible, pero volvemos a estar como en el caso anterior. Albin Simphony tiene padres.
- Sí, pero ahora el entorno humano no podría afectar a Albin, porque él y su familia serían realmente extraterrestres.
- Bien, tal vez estaría a salvo de creerse humano, pero no de ser considerado como tal. Estoy seguro de que tendrá un expediente médico en algún hospital, una revisión dental, cualquier cosa que demostraría que no es humano. ¿Y que me dice del nacimiento? ¿También saben dar a luz como una mujer?
Bruce sabía que había vuelto a ganar pero estaba seguro de que Marcus lo habría previsto y contraatacaría con una nueva teoría. Y efectivamente así fue. Pero en esta ocasión el doctor Marcus no sonrió, sino que dijo con seriedad:
- Brillante, doctor Svenson. Es usted un gran debatista.
- Le aseguro que usted también.
- Gracias.
- Pero no hemos acabado, ¿verdad? - preguntó Bruce, aunque conocía perfectamente la respuesta.
- No. Falta la última posibilidad. La que en mi opinión, y espero que muy pronto también en la suya, es cierta.
- Yo también espero hacerle cambiar de parecer. Vamos, ¿cuál es?
- Bien, usted me ha demostrado que es muy difícil (pero no imposible) que estén viviendo entre nosotros. Pero, ¿y si están viviendo “en” nosotros?
- ¿Se refiere a dentro de nuestros cuerpos?
- ¡Me refiero a dentro del cuerpo de Albin Simphony, del policía y de quién sabe cuántos cientos o miles o millones de personas más! - gritó Marcus.
- ¿Como parásitos?
- Peor, como propietarios absolutos de nuestros cuerpos.
La voz de Marcus ya no era ni tan calmada ni mucho menos tan sarcástica como antes. Había adquirido un cariz de gravedad que por un momento llegó a asustar a Bruce.
- Mire, doctor, eso me suena a cuentos de fantasmas que poseen a las personas. Supongo que me va a decir que no son entes físicos, sino energía en estado puro o algo semejante.
- No es esa mi intención. Creo que son seres vivos tan tangibles como usted o como yo.
- Continúe.
- Evidentemente son organismos de pequeño tamaño, ya que deben habitar en otro ser sin causarle grandes daños fisiológicos.
- ¿Y como se introducen en él?
- Francamente, no lo sé. Probablemente por algún orificio del cuerpo, o puede que sea el propio huésped quién lo ingiera al comer. Hay muchas posibilidades.
- Pero si son así de pequeños, ¿cómo pretende que hayan llegado a la Tierra desde su planeta?
- En platillos volantes, naves espaciales, llámelo como quiera.
- Me está tomando el pelo. Le repito que son seres minúsculos.
- Dígame, ¿conoce el incidente de Roswell?
- No.
- Le haré un resumen: en los años 50 o 60, no recuerdo bien, un ovni se estrelló en el desierto de Nuevo México. El gobierno americano se hizo cargo de él y de sus ocupantes.
- Sí, ahora lo recuerdo - interrumpió Bruce -. Hace poco salió a la luz una película de la que supuestamente era la autopsia de uno de esos seres.
- Exacto.
- Pero era prácticamente del mismo tamaño que nosotros.
- ¿Y no considera extraño que una civilización tan avanzada como para viajar hasta aquí desde galaxias de distancia tenga un accidente y se estrelle en el desierto?
- ¿Qué quiere decir?
- Pues que ese alienígena al que examinaban no era más que el vehículo de transporte de la especie de cuya existencia pretendo convencerle.
- Oh, vamos, doctor - dijo Bruce, que empezaba a pensar de nuevo en el doctor como un paciente al que había que curar de su paranoia -. ¿Puede usted decirme cómo ha llegado a tener esta fantasía?, por favor.
- En primer lugar, no es una fantasía - dijo enojado -. Pero se lo voy a explicar. Me di cuenta de que Albin era alienígena unas semanas después de hablar con él en aquel ascensor. Fue mientras mantenía esta misma discusión con otro de mis alumnos. Aunque en aquella ocasión sí eran puras fantasías de dos mentes inquietas que no deseaban otra cosa que disfrutar dejando volar su imaginación.
- ¿Y qué pasó? - gritó Bruce, que comenzaba a irritarse.
- ¿Qué pasa doctor, ya no quiere seguir discutiendo? Si lo hacemos, estoy seguro de que llegaremos a la misma conclusión a la que llegué aquel día.
- ¿De veras? Me gustará verlo.
Bruce recuperó de nuevo la fe en sí mismo, y se propuso ganar definitivamente la guerra dialéctica en la que se hallaba inmerso. Le demostraría a Marcus que los malditos marcianos no existían más allá de su imaginación.
- Muy bien. Le voy a explicar mi teoría, y después esperaré a que me la rebata - dijo Marcus.
- Espero ansioso - contestó Bruce.
- En mi opinión, los aliens se introducen en los cuerpos y consiguen controlar su sistema nervioso. Así, el individuo deja de ser él mismo. Es como una marioneta en manos del alienígena que lo guía. Por lo tanto, a ojos de los que le rodean sigue siendo la misma persona, y realmente tiene un pasado y unos padres como todo el mundo. ¿Qué le parece?
- Me parece absurdo - comenzó Bruce -, pero aunque no lo fuera, según su teoría sería imposible desenmascararlos. Y usted pretende haberlo conseguido. ¿Cómo explica eso?
- Pues es muy fácil. No es imposible descubrirlos.
- ¿Y cómo se puede lograr?
- Usted es psiquiatra, corríjame si me equivoco: ¿no es cierto que el cerebro es la parte del organismo que peor conocemos?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que actualmente se cree que no usamos más que un triste diez por ciento de la capacidad cerebral?
- Sí, aproximadamente.
- Pues dígame, ¿qué pasaría si los alienígenas, una vez en su interior, explotaran el cien por cien de la capacidad?
Bruce lo consideró durante unos segundos y finalmente dijo:
- Supongo que la persona parecería infinitamente inteligente.
- Bien, pero ¿cómo se manifestaría esa inteligencia?
- De múltiples formas. Podría hacer cálculos matemáticos complejos sin ayuda de calculadora alguna, aumentaría su memoria, sus razonamientos lógicos serían realmente brillantes...
- ¡Exacto! - le interrumpió Marcus -. Sus razonamientos. ¿Alguna vez ha estado usted discutiendo con alguien y de alguna forma ha intuido de antemano lo que esa persona iba a decir, con lo cuál ha podido usted rebatirle algo que aún no ha dicho?
- Sí, supongo que a todo el mundo le habrá pasado alguna vez - concedió Bruce.
- ¿Y no cree que si hubiera podido pensar más rápido habría podido saber lo que le contestaría a eso y por tanto adelantarse no en una sino en dos frases al otro? - preguntó Marcus.
- Usted quiere decir que los extraterrestres podrían hacer eso, ¿no?
- Sí. Creo que podrían adelantarse a una persona normal no en una, ni en dos, sino en cientos de frases. ¿Y qué pasaría? Que cuando intentáramos discutir con uno de ellos no le entenderíamos, o pensaríamos que habla sin sentido.
- Pero se supone que no quieren ser descubiertos, y por tanto irían a nuestro ritmo mental, por decirlo de alguna manera - dijo Bruce.
- ¿Y si no pudieran? ¿Y si su mente fuera tan superior que les fuera prácticamente imposible rebajarse a nuestra altura?
- ¿A que se refiere?
- ¿No le ha sucedido nunca estar explicándole a un niño una cosa y que no entienda su razonamiento? Entonces intenta argumentárselo de otra forma y ve que se había saltado algunos pasos necesarios que usted creía evidentes. Me refiero a que es difícil adaptarse a una mente inferior.
- Muy bien, usted no entendería lo que el alien le está diciendo. Pero entonces el simple hecho de no entender lo que una persona nos dice la convertiría en extraterrestre - razonó Bruce.
- No, sólo a aquellas cuya respuesta a una pregunta fuera extremadamente lógica. Es decir, que entre la pregunta y la respuesta hubiera infinidad de pasos totalmente lógicos. Así se descarta a todos los locos que no dicen más que tonterías sin sentido.
- Pero para ello debería usted desarrollar esos pasos lógicos, y eso es imposible para su pobre mente inferior. Eso mismo hace que no se pueda desenmascarar a los alienígenas.
- ¿Por qué? - preguntó Marcus.
“Sí”, pensó Bruce. Ya le tenía. Había sido una dura batalla, pero al final la partida era suya. Una frase más y dejaría sin habla al doctor Marcus. En su cara se reflejó el triunfo, pero no duró más que un segundo, ya que la alegría dejó paso a la sorpresa primero, y al terror después, cuando su cerebro analizó lo que estaba a punto de decir y se dio cuenta de lo que realmente significaba:
- Porque sería imposible distinguir al loco del alienígena.

Cuestión de lógica
Àlex Soler Jover

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El doctor Bruce Svenson se dirigía a lo que se podría haber considerado una entrevista rutinaria con un paciente de Psiquiatría, de no ser porque el hacer entrevistas de ese tipo no entraba en ninguna de sus funciones como Director Adjunto de Psiquiatría del Hospital General de Boston. Lo cierto era que el caso le había llamado la atención al consultar la ficha en su despacho, y por ello decidió hacerse cargo de él personalmente. Se trataba de John Marcus, un hombre blanco, de 48 años, doctor en Físicas por la Universidad de Berkeley, donde había estado dando clases hasta hacía cosa de seis meses, cuando fue expulsado después de un periodo de faltas continuadas de asistencia y desatención para con los alumnos. Lo realmente interesante del Dr. Marcus era que afirmaba haber visto extraterrestres. “Pobre hombre”, pensó mientras abría la puerta de la habitación 357, que en realidad era un pequeño despacho adecuado para aquel tipo de entrevistas.
- Buenos días, doctor Marcus - dijo mientras tomaba asiento al otro lado de la pequeña mesa sobre la que reposaban las manos de Marcus-. Soy el doctor Svenson.
La imagen que daba el paciente no era la que Bruce se esperaba. En lugar de un hombre desaliñado y paranoico que no dejaba de moverse y mirar por encima del hombro esperando ver un alienígena que lo observaba, se encontró con un hombre distinguido y que irradiaba seguridad en sí mismo. La misma impresión le dio el sonido de su voz:
- Buenos días, doctor.
Tras una pequeña pausa para darse respetuosamente la mano, Bruce comenzó la entrevista.
- Bien, doctor, aquí veo que fue usted detenido por la policía cuando presa del pánico intentó estrangular al sargento McElroy en plena comisaría. Dígame, ¿es eso cierto?
- Sí, lo es - su voz seguía siendo tranquila y segura.
- ¿Le gustaría explicármelo?
- Verá, doctor - comenzó a decir John Marcus, después de lanzar un suspiro de resignación, como si fuera la enésima vez que lo narrara, que de hecho lo era -. Yo entré en la comisaría para denunciar la existencia de extraterrestres, cuando me di cuenta de que el sargento que me atendía era uno de ellos, pero... ¿qué le parece si empiezo por el principio?.
- Como usted quiera, tenemos tiempo.
- Muy bien - dijo Marcus, y tras hacer una pausa para tomar aire inició su relato -. Todo comenzó en mis clases de Astronomía. Yo solía bromear con mis alumnos sobre la posibilidad de que los aliens, como suelo llamarlos, estuvieran entre nosotros y no lo supiéramos. Como es lógico, por los pasillos de la facultad me cruzo a menudo con mis pupilos, y yo solía preguntarles “Buenos días, Smith” o “Buenas tardes, Johnson; ¿no será usted un alien, no?”; y ellos me contestaban “No, señor”. Y eso era todo. Eso era todo hasta un día, en que me encontré a solas en un ascensor con Albin Simphony, uno de mis estudiantes de quinto curso.
- Y usted le hizo la pregunta, ¿no es así? - interrumpió Bruce.
- Por supuesto. Le dije “Buenos días, Albin. ¿No será usted un alien, no?” y él me contestó “No, señor Marcus”. Pero estábamos en un ascensor y el pobre no podía escapar de mí, así que decidí continuar la broma, y le dije “¿No me estará engañando?”. Y entonces fue cuando me miró fijamente y dijo “Sería imposible distinguir al loco del alienígena”.
- No lo entiendo
- Ni yo tampoco lo entendí en ese momento, pero cuando estaba a punto de preguntarle qué diablos quería decir, las puertas del ascensor se abrieron e Albin se fue rápidamente.
- ¿Y más tarde lo comprendió? - preguntó Bruce realmente intrigado.
- Sí, doctor, al cabo de unas semanas lo vi claro. Albin Simphony es un extraterrestre.
- ¿Le importaría explicármelo?
El rostro de Marcus se ensombreció por un momento.
- Dígame, doctor Svenson, ¿es usted un alien?
- No, no lo soy - rió Bruce.
- ¿No me estará engañando, no?
- Por supuesto que no.
- Ya, pero ¿cómo puedo estar seguro de ello?
- ¿Es que tengo pinta de extraterrestre? - dijo Bruce con una carcajada.
- Si tuviera pinta de extraterrestre - dijo Marcus permitiéndose una leve sonrisa - la pregunta sería innecesaria, ¿no cree?
- Sí, claro. Lo que usted quiere decir es que esos alienígenas tienen aspecto humano, ¿no es eso?
- Sí.
- Pues bien, doctor Marcus, si me lo permite le voy a demostrar que eso es científicamente imposible. Sé que es usted físico, pero supongo que está al corriente de las leyes de la evolución.
- Así es.
- ¿Y realmente cree que dos especies pueden tener una convergencia evolutiva total, estando nada más y nada menos que en planetas diferentes?
- Evidentemente no es posible, pero yo no he afirmado lo contrario. Simplemente he dicho que se presentan ante nosotros con nuestra misma apariencia.
- Ya entiendo. Lo que hacen es disfrazarse de hombres, ¿no? - dijo Bruce con sorna.
- Sí, eso es exactamente lo que hacen.
- Y supongo que me va a explicar usted cómo lo hacen.
- Bien, se me ocurren varias posibilidades. ¿Qué le parece si se las presento una a una y usted intenta rebatírmelas desde su perspectiva de... - las manos de Marcus acompañaron las últimas palabras dibujando dos comillas en el aire – “no creyente”?
- Me parece bien.
De hecho a Bruce le encantaba la idea. Siempre le habían gustado las discusiones inteligentes sobre cualquier tema. Le gustaba analizar el objeto de disputa punto por punto y demostrarle a su contrincante que su postura era errónea desde la base, para acabar la discusión con una sola frase que no dejara lugar a dudas sobre quién tenía razón. Y aún le gustaba más en esta ocasión, pues el rival era a todas luces una persona inteligente (y por tanto la discusión también lo sería) que defendía una cosa tan absurda como la existencia de estudiantes y policías que no eran otra cosa que seres procedentes de lejanas galaxias. Sí, aquella iba a ser una gran discusión.
- De acuerdo, pues ahí va la primera. ¡Ah, perdón! - rectificó Marcus -. En primer lugar me gustaría que me aceptara una premisa.
- ¿Cuál es? - preguntó Bruce.
- La llegada de los aliens a la Tierra. Digamos que hay muchas formas en que esto pudo ocurrir sin que el hombre se diese cuenta, ya sea porque llegaron mucho antes de que los radares y los satélites fueran inventados o porque conocieran la manera de burlarlos.
- De acuerdo, doctor Marcus, le acepto que ya están en el planeta. Demuéstreme que se pueden disfrazar de hombre.
- Primera posibilidad: su aspecto es totalmente diferente al nuestro pero han creado copias humanas. Por tanto, lo que vemos no son sino verdaderos hombres controlados por los extraterrestres.
- ¿Copias humanas? ¿Cómo las han hecho?
- A partir de un modelo humano, evidentemente. A partir de una simple muestra de DNA podrían...
- ¡Oh, vamos! Usted ha visto muchas películas de Spielberg. Es imposible reproducir un ser vivo a partir de su DNA.
- Es imposible de momento, doctor. Pero, ¿no cree usted que en el futuro será posible?
- En un futuro muy muy lejano - empezó a decir Bruce acompañando la voz con movimientos hacia adelante y hacia atrás del brazo y de la mano - quizá sea posible, pero de momento no.
- ¿Y si los aliens nos llevan millones de años de ventaja? - el rostro de Marcus reflejaba una pequeña sonrisa de triunfo -. ¿No cree que en ese caso sería posible que hubieran alcanzado esa tecnología?
- Bien, en mi opinión eso es mucho suponer - dijo Bruce, vacilante.
- Pero no está seguro, ¿eh? - dijo Marcus, burlón -. ¿Qué le parece si le doy una alternativa más creíble?
- Usted dirá.
- Suponga que los aliens toman un óvulo humano y lo fecundan in vitro con esperma también humano, ¿qué opinaría?
- Evidentemente eso sí es más creíble, pero ¿dónde los consiguen? Y no me diga que se los roban a seres humanos, porque ello supondría que deberían dejarse ver.
- ¿Ha oído hablar de las abducciones?
- Sí - dijo Bruce -. Gente que dice haber sido secuestrada por seres de otros mundos, los cuáles les han hecho todo tipo de pruebas médicas, para después devolverlos intactos a sus hogares. ¡No me diga que se lo cree!
- Simplemente le expongo una teoría que explicaría lo de los óvulos. ¿No lo cree así?
- Bien, sí, supongo que sería una posibilidad remota, pero factible.
La mente de Bruce estaba trabajando al 200% para salir de la encerrona en que él mismo se había metido. No podía permitir que el doctor Marcus le ganara ni una pequeña batalla intelectual, aunque estuviera seguro de que al final sería él quién ganara la guerra. Pero cuando ya estaba a punto de claudicar se le ocurrió la solución. Los músculos de su cara se relajaron instantáneamente para volverse a contraer y producir una sonrisa de satisfacción, a la vez que abría la boca para comenzar el ataque definitivo:
- Muy bien, doctor Marcus. Le voy a aceptar que los extraterrestres podrían crear copias humanas perfectas. Pero hay una cosa en la que no ha caído usted.
- Me gustaría mucho que me abriera los ojos, doctor.
Marcus parecía cada vez más divertido.
- Albin Simphony. Ese es el nombre del estudiante alienígena, ¿no?
- Sí. ¿Qué pasa con él?
- Pues que estoy seguro de que si investigamos en su vida descubriremos que tiene una madre y un padre, lo que le excluye de ser un producto de laboratorio alienígena. Y no me diga que su padre y su madre lo son también porque le demostraré que tiene abuelos, bisabuelos, y soy capaz de remontarme hasta Adán y Eva, si es necesario.
- ¿Y qué? Como le he comentado al principio, puede que haga mucho tiempo que estén de visita en nuestro planeta. Así, podrían haber creado familias humanas hace cientos de años. Estas familias vivirían entre nosotros, pero seguirían las instrucciones que les hubieran dado los aliens.
Bruce ya se esperaba que Marcus le llevara por ese sendero, y se lanzó a rematar la jugada.
- Sí, pero eso nos conduce de nuevo a Simphony. Tal vez su origen ancestral sea el que usted dice, pero él nació y se crió como cualquiera de nosotros. Su entorno era humano. Lo más probable es que su familia ni siquiera supiera la verdad, o como mucho que lo atribuyera a una antigua superstición familiar. Por lo tanto, dejaría automáticamente de estar controlado por los aliens, y se podría considerar humano, con lo que sería imposible que usted le hubiera descubierto.
Ahí estaba. Acababa de ganar la batalla y se dedicó a contemplar el rostro de Marcus para ver cómo se borraba su risa burlona. Pero no fue eso lo que sucedió, sino que la sonrisa se acentuó aún más, y dijo:
- Muy bien, doctor Svenson. Un argumento algo tosco pero bastante concluyente. Si quiere que le diga la verdad hace tiempo que llegué a él. Lo cierto es que Albin Simphony tiene unos padres encantadores. Los conocí hace algún tiempo, pero eso no viene al caso.
- ¿Quiere decir que está de acuerdo conmigo? - preguntó Bruce, confundido.
- Por supuesto. Si recuerda, estaba usted rebatiéndome la primera forma que tendrían los aliens de, como usted lo ha llamado bastante gráficamente, disfrazarse de hombres. ¿Le parece que vayamos con la segunda?
Bruce estaba realmente aturdido por la forma en que Marcus le había arrebatado su brillante victoria, pero eso le envalentonó a continuar la discusión haciendo trabajar al máximo a todos sus sentidos.
- Adelante - dijo enérgicamente.
- Imagínese que los aliens tuvieran la capacidad de modificar su aspecto a voluntad. Que pudieran adoptar la forma que quisieran.
- ¡Eso es aún más fantástico que lo anterior! No puede intentar convencerme de ello, doctor - se mofó Bruce.
- Yo creo que sí. Dígame, ¿no es cierto que el cuerpo humano se desarrolla a partir de una única célula inicial, el cigoto?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que ese proceso se realiza mediante múltiples divisiones de ese cigoto, originando las células que posteriormente se dividirán para dar lugar a los diferentes órganos y tejidos, en el proceso que se llama diferenciación celular?
- Bien, muy a grandes rasgos, sí, es correcto.
- O sea, que de una única célula provienen células tan diferentes como las del hígado y las neuronas del cerebro, ¿no?
- Así es - dijo Bruce.
- ¿Y no es verdad que todas las células del cuerpo tienen la misma información genética, es decir, el DNA de todas ellas es idéntico?
- Sí. Pero no veo a dónde quiere usted llegar.
- Lo que quiero decir es que una neurona y una célula hepática contienen la misma información genética pero tienen una estructura externa totalmente diferente. Esto es debido a que una célula tiene la capacidad de adoptar muchas formas diferentes. ¿Es así?
- Sí, así es. Pero una vez una célula adopta una determinada forma, como por ejemplo la neurona, ya no puede cambiar, y será neurona hasta que muera.
- ¿No puede, o no sabemos cómo hacerlo? Tal vez una especie diferente haya evolucionado hacia esta plasticidad morfológica.
- Me cuesta creerlo.
- No pretendo que se lo crea, sólo que acepte que es posible.
- De acuerdo, es posible, pero volvemos a estar como en el caso anterior. Albin Simphony tiene padres.
- Sí, pero ahora el entorno humano no podría afectar a Albin, porque él y su familia serían realmente extraterrestres.
- Bien, tal vez estaría a salvo de creerse humano, pero no de ser considerado como tal. Estoy seguro de que tendrá un expediente médico en algún hospital, una revisión dental, cualquier cosa que demostraría que no es humano. ¿Y que me dice del nacimiento? ¿También saben dar a luz como una mujer?
Bruce sabía que había vuelto a ganar pero estaba seguro de que Marcus lo habría previsto y contraatacaría con una nueva teoría. Y efectivamente así fue. Pero en esta ocasión el doctor Marcus no sonrió, sino que dijo con seriedad:
- Brillante, doctor Svenson. Es usted un gran debatista.
- Le aseguro que usted también.
- Gracias.
- Pero no hemos acabado, ¿verdad? - preguntó Bruce, aunque conocía perfectamente la respuesta.
- No. Falta la última posibilidad. La que en mi opinión, y espero que muy pronto también en la suya, es cierta.
- Yo también espero hacerle cambiar de parecer. Vamos, ¿cuál es?
- Bien, usted me ha demostrado que es muy difícil (pero no imposible) que estén viviendo entre nosotros. Pero, ¿y si están viviendo “en” nosotros?
- ¿Se refiere a dentro de nuestros cuerpos?
- ¡Me refiero a dentro del cuerpo de Albin Simphony, del policía y de quién sabe cuántos cientos o miles o millones de personas más! - gritó Marcus.
- ¿Como parásitos?
- Peor, como propietarios absolutos de nuestros cuerpos.
La voz de Marcus ya no era ni tan calmada ni mucho menos tan sarcástica como antes. Había adquirido un cariz de gravedad que por un momento llegó a asustar a Bruce.
- Mire, doctor, eso me suena a cuentos de fantasmas que poseen a las personas. Supongo que me va a decir que no son entes físicos, sino energía en estado puro o algo semejante.
- No es esa mi intención. Creo que son seres vivos tan tangibles como usted o como yo.
- Continúe.
- Evidentemente son organismos de pequeño tamaño, ya que deben habitar en otro ser sin causarle grandes daños fisiológicos.
- ¿Y como se introducen en él?
- Francamente, no lo sé. Probablemente por algún orificio del cuerpo, o puede que sea el propio huésped quién lo ingiera al comer. Hay muchas posibilidades.
- Pero si son así de pequeños, ¿cómo pretende que hayan llegado a la Tierra desde su planeta?
- En platillos volantes, naves espaciales, llámelo como quiera.
- Me está tomando el pelo. Le repito que son seres minúsculos.
- Dígame, ¿conoce el incidente de Roswell?
- No.
- Le haré un resumen: en los años 50 o 60, no recuerdo bien, un ovni se estrelló en el desierto de Nuevo México. El gobierno americano se hizo cargo de él y de sus ocupantes.
- Sí, ahora lo recuerdo - interrumpió Bruce -. Hace poco salió a la luz una película de la que supuestamente era la autopsia de uno de esos seres.
- Exacto.
- Pero era prácticamente del mismo tamaño que nosotros.
- ¿Y no considera extraño que una civilización tan avanzada como para viajar hasta aquí desde galaxias de distancia tenga un accidente y se estrelle en el desierto?
- ¿Qué quiere decir?
- Pues que ese alienígena al que examinaban no era más que el vehículo de transporte de la especie de cuya existencia pretendo convencerle.
- Oh, vamos, doctor - dijo Bruce, que empezaba a pensar de nuevo en el doctor como un paciente al que había que curar de su paranoia -. ¿Puede usted decirme cómo ha llegado a tener esta fantasía?, por favor.
- En primer lugar, no es una fantasía - dijo enojado -. Pero se lo voy a explicar. Me di cuenta de que Albin era alienígena unas semanas después de hablar con él en aquel ascensor. Fue mientras mantenía esta misma discusión con otro de mis alumnos. Aunque en aquella ocasión sí eran puras fantasías de dos mentes inquietas que no deseaban otra cosa que disfrutar dejando volar su imaginación.
- ¿Y qué pasó? - gritó Bruce, que comenzaba a irritarse.
- ¿Qué pasa doctor, ya no quiere seguir discutiendo? Si lo hacemos, estoy seguro de que llegaremos a la misma conclusión a la que llegué aquel día.
- ¿De veras? Me gustará verlo.
Bruce recuperó de nuevo la fe en sí mismo, y se propuso ganar definitivamente la guerra dialéctica en la que se hallaba inmerso. Le demostraría a Marcus que los malditos marcianos no existían más allá de su imaginación.
- Muy bien. Le voy a explicar mi teoría, y después esperaré a que me la rebata - dijo Marcus.
- Espero ansioso - contestó Bruce.
- En mi opinión, los aliens se introducen en los cuerpos y consiguen controlar su sistema nervioso. Así, el individuo deja de ser él mismo. Es como una marioneta en manos del alienígena que lo guía. Por lo tanto, a ojos de los que le rodean sigue siendo la misma persona, y realmente tiene un pasado y unos padres como todo el mundo. ¿Qué le parece?
- Me parece absurdo - comenzó Bruce -, pero aunque no lo fuera, según su teoría sería imposible desenmascararlos. Y usted pretende haberlo conseguido. ¿Cómo explica eso?
- Pues es muy fácil. No es imposible descubrirlos.
- ¿Y cómo se puede lograr?
- Usted es psiquiatra, corríjame si me equivoco: ¿no es cierto que el cerebro es la parte del organismo que peor conocemos?
- Sí.
- ¿Y no es cierto que actualmente se cree que no usamos más que un triste diez por ciento de la capacidad cerebral?
- Sí, aproximadamente.
- Pues dígame, ¿qué pasaría si los alienígenas, una vez en su interior, explotaran el cien por cien de la capacidad?
Bruce lo consideró durante unos segundos y finalmente dijo:
- Supongo que la persona parecería infinitamente inteligente.
- Bien, pero ¿cómo se manifestaría esa inteligencia?
- De múltiples formas. Podría hacer cálculos matemáticos complejos sin ayuda de calculadora alguna, aumentaría su memoria, sus razonamientos lógicos serían realmente brillantes...
- ¡Exacto! - le interrumpió Marcus -. Sus razonamientos. ¿Alguna vez ha estado usted discutiendo con alguien y de alguna forma ha intuido de antemano lo que esa persona iba a decir, con lo cuál ha podido usted rebatirle algo que aún no ha dicho?
- Sí, supongo que a todo el mundo le habrá pasado alguna vez - concedió Bruce.
- ¿Y no cree que si hubiera podido pensar más rápido habría podido saber lo que le contestaría a eso y por tanto adelantarse no en una sino en dos frases al otro? - preguntó Marcus.
- Usted quiere decir que los extraterrestres podrían hacer eso, ¿no?
- Sí. Creo que podrían adelantarse a una persona normal no en una, ni en dos, sino en cientos de frases. ¿Y qué pasaría? Que cuando intentáramos discutir con uno de ellos no le entenderíamos, o pensaríamos que habla sin sentido.
- Pero se supone que no quieren ser descubiertos, y por tanto irían a nuestro ritmo mental, por decirlo de alguna manera - dijo Bruce.
- ¿Y si no pudieran? ¿Y si su mente fuera tan superior que les fuera prácticamente imposible rebajarse a nuestra altura?
- ¿A que se refiere?
- ¿No le ha sucedido nunca estar explicándole a un niño una cosa y que no entienda su razonamiento? Entonces intenta argumentárselo de otra forma y ve que se había saltado algunos pasos necesarios que usted creía evidentes. Me refiero a que es difícil adaptarse a una mente inferior.
- Muy bien, usted no entendería lo que el alien le está diciendo. Pero entonces el simple hecho de no entender lo que una persona nos dice la convertiría en extraterrestre - razonó Bruce.
- No, sólo a aquellas cuya respuesta a una pregunta fuera extremadamente lógica. Es decir, que entre la pregunta y la respuesta hubiera infinidad de pasos totalmente lógicos. Así se descarta a todos los locos que no dicen más que tonterías sin sentido.
- Pero para ello debería usted desarrollar esos pasos lógicos, y eso es imposible para su pobre mente inferior. Eso mismo hace que no se pueda desenmascarar a los alienígenas.
- ¿Por qué? - preguntó Marcus.
“Sí”, pensó Bruce. Ya le tenía. Había sido una dura batalla, pero al final la partida era suya. Una frase más y dejaría sin habla al doctor Marcus. En su cara se reflejó el triunfo, pero no duró más que un segundo, ya que la alegría dejó paso a la sorpresa primero, y al terror después, cuando su cerebro analizó lo que estaba a punto de decir y se dio cuenta de lo que realmente significaba:
- Porque sería imposible distinguir al loco del alienígena.

martes, enero 16, 2007





Amo dejarte así
Gustavo Cerati.


Divina obscenidad
dar el máximo de piel
sin librarte de mí

Amo dejarte así.

Palabras profanas
de tu boca pura
toda mi dulzura
pendula sobre tí.

Amo dejarte así.
Amo quedarme así.

Amo dejarte así.
Amo quedarme así.

 

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